7 Historias para una niña en la ventana. Textos de Kiko Nuez.
Cuando ya no había más cosas que hacer en la casa, era casi
medio día y por eso la niña se daba tanta prisa, atravesando las calles como
una centella ilusionada. La gente se apartaba y siempre algún perro vagabundo
se unía a la carrera. Impaciente, cruzaba el ancho parque sintiendo bajo los
pies la yerba. Luego llegaba al viejo barrio de casas enormes con buhardillas y
veletas y los jardines en flor detrás de vallas siempre recién pintadas. De
súbito aparecían los vigilantes, hombres de uniforme y barriga grande que
trotaban un momento tras de ella pero que nunca conseguían atraparla. Y por
fin, alcanzaba su destino, con el corazón latiendo como una locomotora; aún la
acompañaba un perro más asustado que cómplice que enseñaba su larga lengua y su
mirada triste. Entonces había que tener cuidado, arrastrarse y cruzar la cerca
por un boquete en el alambre para pegarse imperceptible a la pared del
edificio. Se acercaba a la ventana, de puntillas; sus ojos descubrían el
interior con sigilo, como un periscopio explora la superficie del mar. Dentro
había niños, niños como ella asistiendo a la última clase de la mañana,
sentados en pupitres entre los que andaba una maestra hablando de las cosas del
mundo y que decía algo relativo a que la pobreza llega sólo cuando la gente multiplica
sus deseos.
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La niña, armándose de valor, por
fin se asomó a la ventana.
El perro, sintió curiosidad, pero
alzándose sobre las patas traseras no llegaba ni a mitad de camino. Entonces se
puso a ladrar.
¡Cállate!, dijo la niña, o
conseguirás despertarle.
Pero ya era demasiado tarde.
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Su vecina, que iba a la misma clase siempre sacaba mejores
notas y aquello no podía ser. Ella era muy lista Calixta y no admitía
rivalidades.
-
¿Espejito, espejito, hay alguien más lista que
yo?.
Y aunque el espejo no decía nada, en su envidiosa cabeza
sonaba con voz grave:
-La veciiinaaaa.
Decidió averiguar el truco del almendruco y a última hora
de la tarde atravesó el jardín de la casa y se puso a espiarla por la ventana.
- ¡Ajá, te pille!.
Ahora ya por fin sabía el secretísimo misterio de los
sabios alquimistas de Babilonia: La vecina estaba estudiando.
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Cuando la niña volvió y se asomó a la ventana, la maleta ya
no estaba sobre la cama.
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Parecía que ya habían dejado de buscarla y por eso se asomó
a la ventana, con cuidado de que no la descubrieran. Suponía que todos se
habían olvidado ya de que fue ella la que se comió la tableta entera de
chocolate.
Y estaba equivocada.
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La nieta se asomó con mucho cuidado a la ventana para ver a
su abuelo sin ser descubierta, le adoraba,
había sido entrañable, pero bajo ningún concepto quería volver a ser confundida
con su primera novia.
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Todo el mundo le decía lo feo que era mirar por la ventana
de la vecina. No hay que fisgonear en los asuntos ajenos, le repetía una y otra
vez su madre. No metas las narices en lo que no te importa, le decía su hermana
mayor. Siempre idéntica cantinela: Es una señora mayor, no la molestes con tus
juegos. La gente tiene derecho a la intimidad, le indicaba su padre. Pero era
imposible resistirse a la presencia de la vieja, siempre inmóvil en su mecedora
y observar como con una lentitud inexorable, su cara, llena de gusanos, se iba
transformando en calavera.
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